ROMA. Se han hecho guerras para obtenerlas. Monjes medievales y bandidos modernos las han robado. Dos milenios después de que los primeros mártires cristianos de Roma derramaran su sangre, la fascinación y tentación por tener las reliquias católicas aún perdura.

 

Y la canonización de dos papas muy queridos el domingo, Juan Pablo II y de Juan XXIII, ha venido ahora a alimentar un voraz apetito que parece no tener fin.

 

He aquí un vistazo a las reliquias a lo largo de las épocas:

 

LAS QUE VALE LA PENA LUCHAR POR

 

«De lo que se trataron las Cruzadas fue de la apropiación de reliquias», dijo David Morgan, profesor de estudios religiosos de la Universidad de Duke. En la serie de guerras libradas por los líderes cristianos europeos para recuperar la Tierra Santa que estaba en poder de los musulmanes, los soldados cruzados traían de vuelta «cientos y cientos» de reliquias de Jerusalén, de Constantinopla, hoy Estambul, y otros lugares repletos de historia cristiana.

 

IMPULSO A LA ECONOMÍA

 

Los peregrinos tenían que comer, dormir y viajar. Durante la Edad Media especialmente, ciudades enteras vivían de los negocios de los peregrinos y las reliquias eran una jugosa carnada que atraía a la gente a sus mercados.

 

La forma más común para que un pueblo o un monasterio pudieran adquirir una reliquia era robándolas. Los propios monjes «irrumpían en los altares», dice Morgan, y se las robaban para ponerlas en su propio monasterio. Por lo general, las curaciones milagrosas eran atribuidas al lugar que tenía la reliquia para mostrar que su robo tenía la aprobación de los santos.

 

LO QUE ES ALUCINANTE

 

En 1991, la reliquia de San Antonio de Padua fue robada de la Basílica de esa ciudad del norte de Italia por cuatro bandidos enmascarados que amenazaron a quienes oraban por él y se la llevaron. Dos meses más tarde, la mandíbula del santo y varios de sus dientes fueron encontrados en un terreno cerca del aeropuerto principal de Roma. El nombre de San Antonio es a menudo invocado por los fieles que han perdido objetos.

 

Las circunstancias que condujeron a la recuperación de la reliquia cerca del aeropuerto aún son confusas. Tiempo después, uno de los presuntos bandidos se jactó de que su banda robó la reliquia para obligar a las autoridades italianas a liberar a un primo suyo que estaba en la cárcel.

 

SANGRE MILAGROSA

 

Cuando el cardenal de Nápoles sostiene una copa que contiene la sangre seca de San Genaro, la catedral de esta ciudad sureña italiana casi siempre está llena. Muchos napolitanos creen que si la sangre del mártir del Siglo IV se licua en ese momento, constituye un milagro que significa buenos presagios para la ciudad.

 

¿CUÁL ES EL ATRACTIVO DE LAS RELIQUIAS?

 

Como sucede con la gente que paga mucho dinero para comprar el uniforme de su atleta favorito, muchos devotos cristianos sienten la misma atracción por las reliquias pues son objetos que «nos recuerdan a las personas que veneramos y que nos sirven de modelo», dice el reverendo Raymond Kupke, profesor de historia eclesiástica en Universidad Seton Hall. Las reliquias ayudan a que los fieles se asocien a los santos que, en su opinión, están en el cielo y sirven como vehículo de oración.

 

NO ESTÁ A LA VENTA

El Vaticano considera que cualquier venta de reliquias es un sacrilegio y los fieles tienen prohibido comprarlas o venderlas. Pero pueden pagar importantes sumas de dinero por relicarios, a menudo cubiertos de oro o con joyas incrustadas que sostienen el fragmento de un hueso, la tela manchada de sangre u otra reliquia de un santo.

 

Si usted hace clic en el portal de eBay  hay un listado de reliquias cuyos vendedores dicen que son auténticas. Las ofertas más recientes incluyen un fragmento de tela blanca con una mancha de color carmesí, que se describe como una reliquia «de primera clase» de Juan Pablo II y que cuesta unos 9, 800 dólares. El mismo vendedor también ofrece un pequeño trozo de tela, descrito como una prenda de vestir usada por Juan XXIII por tan sólo 98 dólares.

 

Visita infografía de la canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II