Antes de du arte, Masaki Hironaka tenía apenas cinco años cuando caminó entre las ruinas ardientes de Hiroshima, cuatro días después de que Estados Unidos lanzara la primera bomba atómica de la historia. Tomado de la mano de su madre y con su hermana menor a la espalda de ella, atravesó los escombros de una ciudad reducida a cenizas.
A 80 años de distancia, esa imagen fue inmortalizada por la estudiante Hana Takasago, en una pintura que forma parte de un proyecto educativo-artístico que busca preservar la memoria de los hibakusha, los sobrevivientes del ataque.
Desde hace casi dos décadas, el liceo Motomachi, ubicado en la propia Hiroshima, invita a sus alumnos a recopilar testimonios de los hibakusha y transformarlos en obras plásticas.
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En colaboración con el Museo Memorial de la Paz, el proyecto ha producido más de 200 pinturas que retratan escenas profundamente emotivas y, muchas veces, estremecedoras.
Arte apendido
Para conmemorar el 80º aniversario del bombardeo, el centro presentó quince nuevas piezas elaboradas por sus estudiantes.
En una de ellas, Takasago representa al pequeño Masaki mirando a su madre mientras caminan entre la devastación del 10 de agosto de 1945. “Pienso que esta pintura transmite fielmente lo que sentía en esa época”, dijo Hironaka, hoy de 85 años.
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El cuadro se revisó con su ayuda: inicialmente, la artista los dibujó de frente, pero Masaki le pidió modificar la escena para reflejar el dolor interno de su madre, viuda apenas unos días antes, tras la muerte de su esposo a causa de graves quemaduras.
Este tipo de colaboración se ha vuelto común en el proyecto. Yumeko Onoue, otra estudiante, representó unas calabazas cubiertas de azufre por la llamada lluvia negra radiactiva, y cambió la orientación de las hojas tras una conversación con Hironaka.
“Como la mayoría de las fotos de esa época son en blanco y negro, la pintura nos permite agregar color y matices emocionales”, explicó.
Memorias
No todos los recuerdos fueron fáciles de retratar. Mei Honda, de 18 años, dijo sentirse emocionalmente agotada al pintar una víctima con la piel quemada intentando beber agua.
“Primero dibujé los brazos pegados al cuerpo, pero entendí que por las heridas, el contacto con la piel habría sido insoportable”, señaló.
Hoy, se estima que solo quedan unos 100 mil hibakusha, con una edad promedio de 86 años. Entre los jóvenes artistas del Motomachi se impone una conciencia de urgencia.
“Probablemente seamos la última generación que podrá escuchar estos relatos en persona”, dice Aoi Fukumoto, de 19 años.
Para Hana Takasago, el proyecto cambió su perspectiva. “Aunque nací en Hiroshima, antes sentía la bomba como algo lejano. Ahora ya no puedo permanecer como una simple espectadora”.
Así, a través del arte, los jóvenes de Hiroshima no solo preservan una memoria frágil, sino que la hacen vibrar con nuevos colores y significados para el presente.