Plácido Morales Vázquez
Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM
Placidomorales2006@hotmail.com

Pocos lo saben, pero el 14 de septiembre, la Ley del Escudo, la Bandera y el Himno Nacional obligan a conmemorar con la bandera a toda asta la Federalización de Chiapas a la República Mexicana; lo paradójico es que sólo los chiapanecos celebran esta conmemoración, a pesar de que la Federación Mexicana perdió cuatro estados en la guerra del 47 y antes en 1924 adquirió, una entidad federativa sin conflicto armado, por razones de la coyuntura política en que se dio la Independencia de México y la independencia de las naciones centroamericanas.

Los hechos históricos de 1821 a 1824 se desembocaron en un plebiscito, acordado con el Gobierno mexicano que decidió que la provincia de los Chiapas, convertida en una entidad federativa, se adhiriera al pacto federal que conformó a nuestro país con la Constitución de 1824.

Del 14 de septiembre de 1824 muchas vicisitudes políticas pasaron para firmar el tratado de límites con Guatemala en 1885, año en que se definieron los límites entre Chiapas y Guatemala; desde entonces el territorio nacional incluye a la provincia de Chiapas, con la potencia de la selva lacandona, el caudal del Grijalva en la generación de energía eléctrica, la riqueza cultural de sus 11 etnias, el arte de sus poetas y novelistas como Emilio Rabasa, Rosario Castellanos y Jaime Sabines, pero también con la infinita miseria humana que lo tiene postrado en el primer lugar de marginación y pobreza con todo lo que eso implica: atraso educativo, conflictos graves por la tierra, rezago en salud y nutrición, además de una de las tasas más altas de natalidad del país.

Pero también Chiapas da notas políticas, ya que en las últimas décadas incubó el movimiento armado más relevante desde los años de la Revolución Mexicana: el alzamiento zapatista, que tuvo repercusiones en todo el mundo y dio al traste con el proyecto modernizador que el neoliberalismo marcó en la presidencia de Carlos Salinas de Gortari; entonces se vociferaba: la modernidad con el TLCAN será la inserción mexicana a la globalización y al trato comercial de iguales con Estados Unidos, y el mismo día que entraba en vigor el tratado, retumbaron en el Sureste los disparos del rezago centroamericano de una guerrilla, que ondeó en el tiempo diversas banderas, la última la de los derechos y la cultura indígena. Aquel 1994 colocó al movimiento indígena chiapaneco a la vanguardia de la reivindicación de las minorías en el mundo.

Desde 1994, cuando ocurrio el alzamiento zapatista, Chiapas ha sido nota política, no siempre de paz, sino nota de sangre como el caso de la masacre de Acteal, sólo comparada con la indignación que levantó el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa. En el año 2000 se vivió una de las primeras alternancias partidistas, después de una sucesión de ocho gobernadores en dos sexenios relevados por decisiones o conflictos políticos propios de la turbulencia social en que derivó el conflicto zapatista. Se puede afirmar que durante la última década del siglo pasado, Chiapas en gran parte marcó la agenda política nacional.

Chiapas sigue siendo noticia política, en plena transición nacional, las violentas confrontaciones en los municipios indígenas, por la intromisión de partidos políticos gubernamentales que no encajan en sus usos y costumbres, el debate en el Senado de la República por la licencia del gobernador que antes había asumido como senador, ahora las 45 mujeres electas el 1 de julio que renuncian para ser sustituidas por hombres, violentando el principio de paridad de género.

No hay duda después de 196 años de ser parte formal de la Federación Mexicana; Chiapas también debe ser beneficiado con el gran cambio de régimen, para que su vida política sea más libre, menos burocrática, mayoritariamente de ciudadanos y, de esa manera, podamos superar el grave rezago social.