Hace unos años en una entrevista que le realicé al arquitecto César Pelli, en su estudio de New Haven, Connecticut, me alertó en que, por la forma en que había crecido la Ciudad de México con “parches urbanos” y sin crear “ciudad dentro de la ciudad”, esto nos llevaría a situaciones cada vez más críticas en la forma de transportación al grado de acelerar el deterioro en la calidad de vidad de millones de personas.
Quien proyectó la Torre Mitikah en el sur de la CDMX (catalogada con su obra más emblemática de América Latina) y St. Regis Hotel & Residences, en Reforma) me describió la disrupción urbana que enfrentamos: conjuntos habitacionales sin conexión con sistemas de transporte público masivo y alejados de centros de salud, de escuelas, servicios y de las áreas de trabajo; sin corredores peatonales -pues ni las banquetas tienen una homologación en diseño y funcionalidad- y carentes de sistemas integrales de movilidad para ciclistas, y lo más crítico el desbordamiento anárquico del Estado de México que impacta en todos los ámbitos a la capital del país.
Junto con Pelli coinciden urbanistas del Colegio de Arquitectos de la CDMX, quienes aseguran que cuando una persona invierte más de 30 minutos en desplazarse de una zona a otra, por ejemplo, ir a la escuela o al trabajo, el estrés, el malhumor y la desesperación catalizan el deterioro en la salud. Y esto sin tomar en cuenta los daños a la salud que genera la contaminación atmosférica en la población.
Los médicos han señalado que el estrés cotidiano en las personas provoca bajas considerables en su sistema inmunológico; tal vez por eso son más frecuentes las enfermedades en el entorno urbano.
Cuando impartí clases en la UNAM, ya fuera en el turno matutino o vespertino, encontré que había alumnos que invertían en trasladarse de su casa a la universidad, en autobús o micro y Metro, casi dos horas, y sin contar el regreso. Obviamente el estudiante llegaba estresado, con hambre, agotado y con una disminución considerable en su capacidad intelectual.
Y ahora al severo tráfico de la metrópoli (generado por un parque vehicular de casi 10 millones de automotores que circulan en el Valle de México), se suma la constante inseguridad que se vive en el transporte público masivo de superficie, principalmente. De esta manera al estrés se le añade el miedo, la angustia y la desesperación.
Y Pelli puntualizaba: “Las fórmulas urbanas para crear ciudades con mayor calidad de vida, más accesibles, amigables y con sistemas de conexión integrales ya existen en países de Europa, de Asia o en Estados Unidos, pero se requieren de políticas públicas que ayuden a construirlas de forma sistemática para que no se pierda el rumbo en la forma de crecimiento y desarrollo. Las metrópolis no pueden seguir creciendo con edificios o conjuntos urbanos aislados de su entorno; para ello se requiere de planeación y ordenamiento”.
Recientemente, en una plática que sostuve con estudiantes de la maestría de Planeación Urbana del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) recomendaban que una de las mejores opciones para la CDMX era impulsar el modelo del Desarrollo Orientado al Transporte para coadyuvar a la movilidad y sus conexiones, detonar la densificación y la diversificación, así como conectar zonas urbanas para mejorar su economía. Y para empezar este proceso sería a través de la modernización de los Centros de Transferencia Modal (Cetram) y su entorno, algo que por décadas sigue rezagado en la ciudad junto con el estrés crónico de la población.
¿Qué nos espera ahora con un nuevo Gobierno?, ¿habrá transformación? Los diagnósticos ya están en la mesa, y cada año se ajustan, lo mismo las políticas públicas, pero el desarrollo planeado no termina de imponer su sello en la ciudad, pues la partida la siguen ganando el “parche urbano” y las zonas decadentes.