Plácido Morales Vázquez
Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM
El 19 de junio se cumple un siglo de la muerte de Ramón López Velarde. Este año en que se celebran centenarios, bicentenarios y otras centurias, no advertimos preparativo alguno para recordarlo, será que quienes hacen las efemérides no consideran héroes a los poetas. Es probable que así lo consideren quienes deciden los santorales cívicos, pero una nación que no reconoce su poesía, carece de identidad, si consideramos que la poesía a diferencia de la historia apunta Aristóteles, aquella dice lo que fue, ésta lo que debió ser.
Ramón López Velarde el jerezano universal presenta en su poesía, el comienzo de la ruptura entre el romanticismo quimérico y el racionalismo poético, fue quizá el primero en “torcerle el cuello al cisne de engañoso plumaje”, para convertirse en el sapiente búho de González Martínez, así López Velarde observa, siente y sufre el tedio de la provincia del “reloj en vela”, y la vida bulliciosa de nuestra capital sobre “la que cada hora vuela ojerosa y pintada en carretela”.
Podemos los neófitos de la poesía, dividir la poética López Velardiana en dos campos: La Suave Patria y el resto de su poesía, compilada en los libros más conocidos El Péndulo, El Minutero, Al Son del Corazón, La Sangre Devota y Zozobra.
La Suave Patria es descriptiva de la realidad nacional y de su trágico sino: “Tu mutilado territorio se viste de percal y de abalorio”, aunque está cortado, destazado el suelo patrio se puede vestir de fiesta; “En piso de metal vives al día, de milagro, como la lotería”, muy a pesar de la riqueza minera, México va al día como la mayoría de las familias mexicanas. Y, por si fuera poco: “El niño Dios te escrituró un establo y los veneros de petróleo el diablo” o sea lo bueno nos dio la leche; el oro negro que al comienzo del siglo se vislumbraba como la riqueza de la industria automovilística naciente, la tentación de satanás.
El poeta en el proemio de la Suave Patria, da una pincelada a nuestro origen e identidad, “al idioma del blanco, tú lo imantas”, se impone el habla castellana pero recibe la mezcla fonética y gráfica de las lenguas indígenas; “la Malinche, los ídolos a nado, el azoro de tus crías, el sollozar de tus mitologías” el derrumbe de un mundo para construir otro: el mestizaje y sobre él la identidad nacional que se desdibuja por momentos “quieren morir tu ánima y tu estilo” y la recomendación final “te doy de tu dicha la clave: sé siempre igual, fiel a tu espejo diario”, O sea, Patria no pierdas tu esencia, tu ser la identidad Nacional.
La otra parte de la poesía de López Velarde asume diversas cuestiones: la vida apacible y melancólica de la provincia, el fatal destino de las mujeres: “amiga si soltera agonizas”, pero sobre todo la abulia y el tiempo monótono y acompasado en el lento péndulo que pareciera mide el tiempo: “e ignoraba la niña que al quejarse de tedio conmigo, se quejaba con un péndulo”; todos los títulos de López Velarde evocan nostalgia, abandono, melancolía y zozobra como llamó a otro de sus libros: La Zozobra vivir en ella, incierta, a punto de desbordar, ir como en un péndulo lento de un lado a otro.
Ramón López Velarde murió en 1921, la Revolución en su fase más violenta concluía, comenzaba la otra etapa, el nuevo rostro de México, antes Ramón vio una patria empoderada, ostentosa y rica hacia el exterior; la nueva patria surgía con un rostro propio: íntimo, nuestro, interior o sea nacionalista, suave aunque pobre y austero. En coincidencia un siglo después vuelve aparecer movido por el péndulo de la historia una patria austera, también sufrida y milagrosa, hacia el interior, por lo tanto más nuestra.