Acostumbrados a buscar explicación de nuestros problemas en la inmediatez: culpamos a la corrupción, a los políticos y a las instituciones. Pero no buscamos los motivos de nuestra crisis en nosotros mismos, es decir, en los mexicanos que viven y causan los problemas. Ahora estamos ocupados en el huachicol, antes en el gasolinazo, mucho antes en la corrupción gubernamental en los casos de la Casa Blanca o la Estafa Maestra. Siempre en el hecho inmediato que la comunicación mediática activa, mantiene o neutraliza.
Así explicamos los problemas que trascienden lo cotidiano y hacen las crisis temporales, luego nos reubicamos hasta la aparición de otro problema y su consecuente crisis, pero no intentamos llegar a la raíz de nuestros problemas radicados en nosotros mismos: los mexicanos, causa y efecto de los problemas nacionales.
La sociedad mexicana acumuló coraje -y frustración-, y ésta se hizo reacción masiva en el ejercicio electoral del 1 de julio, de ahí a la contundente manifestación en las urnas por una necesidad de cambio. El cambio formal ya se dio; ahora esperamos el cambio real en la sociedad, dejar atrás todo lo que nos ofendió: la inseguridad pública reflejada en violencia criminal, la soberbia de la clase política que derivó en la ostentosa corrupción, el autoritarismo restrictivo de las libertades y la afrentosa pobreza de amplios y crecientes sectores de la sociedad.
En los tiempos recientes, la sociedad mexicana busca solución en alternativas políticas o en culpables: que si la democracia, que el viejo partido de estado -el PRI o el sistema con su consabido jefe-; el Presidente autoritario, pero no hemos reparado en que si nos falta alguna institución que nos satisfaga es porque nosotros lo aceptamos o lo permitimos por omisión, porque los mexicanos ante el poder somos obsequiosos y consecuentes.
Partamos de la realidad nacional y las expectativas ante el cambio de Gobierno: se ofreció honestidad gubernamental, combate a la corrupción, crecimiento económico, educación, salud y bienestar, y se ven acciones encaminadas a ello, pero esto no es suficiente para una verdadera transformación.
Una transformación o un verdadero cambio social es un proceso largo, sinuoso a repecho. El punto de arranque es que la sociedad esté madura y que emerja un líder capaz de ello, para que la maquinaria del Estado la impulse o la catapulte, pero adónde, cuál es el tránsito; se está aquí y se va para allá. Adonde inicia el proceso de transformación social, cambia el Gobierno para que la sociedad se transforme o nos transformamos nosotros para cambiar al Gobierno.
Los mexicanos hemos deambulado buscando instituciones, modelos a seguir para hacernos una mejor nación, pero no nos encontramos, nacimos federalistas y al poco intentamos ser centralistas. Hicimos del liberalismo jacobino premisa en la Reforma y después moderamos la exaltación liberal con el liberalismo positivista del Porfiriato, con una Revolución armada generamos una constitución social cuyos logros fueron desmantelados por el neoliberalismo de las últimas décadas; ahora alcanzado el cambio formal qué debemos hacer para que se convierta en un cambio real.
Partir de quienes somos los mexicanos para construir un régimen político, un sistema de justicia social y un Estado de Derecho propio, retomando ideas e instituciones políticas adaptadas a la realidad nacional, ideas universales adecuadas para los mexicanos, a lo mexicano. Así encontraremos la ruta en este laberinto en que nacimos y vivimos, el de la identidad aún no encontrada, el de las instituciones inviables, el de moral pública impracticable y de las ideas políticas imitadas, el de la simulación democrática que ocultó autoritarismos, el de la democracia como simple anhelo; mejor la democracia que se construye con la educación que forma la conciencia ciudadana, ésa que es la materia viva para que alcancemos el objetivo del artículo 3 de la Constitución, vivir en una democracia que sea “sistema de vida”.
En esas andamos los mexicanos extraviados todavía en el laberinto social. El extravío no está en el Gobierno, y los gobernantes, éstos son efecto de nuestra causa como sociedad; cambian los individuos y habrá ciudadanos. Cambian los ciudadanos y resultará una sociedad mejor. Esta sociedad dialécticamente estará renovando continuamente un Gobierno eficaz; de lo contrario seguiremos en el laberinto. La ruta de salida no está en otras huellas, está mirando hacia arriba: a las ideas y al pensamiento nacional; ahí encontraremos las señales para alcanzar la salida.
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