“México está catalogado dentro de los países que más va a sufrir de los impactos de la falta de agua”, así lo advirtió Víctor Villalobos Arámbula.

El titular de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader), y también experto en bosques, compareció en la Cámara de Diputados el pasado martes 8 de octubre, y fue certero y contundente ante los legisladores: el tema central es el agua, y cada vez se sufre más por su escasez, máxime en el ámbito agroalimentario.

Pero no sólo está el mensaje de Villalobos, el escenario real nos envía otra señal: en 2019 se alcanzó un récord histórico de sequía a nivel nacional que afectó a 26 estados, y que, además, en las entidades donde normalmente llueve en la mayor parte del año (Chiapas, Oaxaca, Querétaro, San Luis Potosí, Tabasco, Tamaulipas y Veracruz), llovió 50% menos con respecto a su tradicional patrón de precipitaciones.

En los últimos 15 años –desde que el Servicio Meteorológico Nacional tiene estos registros de precipitaciones–, es la primera vez que se presenta una sequía extrema en las regiones que históricamente poseen disponibilidad de agua abundante.

De acuerdo con los expertos, agosto fue el mes con altas temperaturas récord en el país con un promedio de 27 grados (3 grados más respecto a la media de dicho mes). Y los golpes más severos están en la producción de alimentos, pues proliferan los grandes corredores secos, similares a los que hoy se padecen en Centroamérica, de Panamá a Guatemala, siendo más grave la situación en Honduras.

La escasez del agua, debido a la sobreexplotación de los acuíferos, al déficit de lluvias y al cambio climático, acelera el proceso de acercarnos a episodios catastróficos por el desabasto del vital líquido. No hay duda, la agricultura depende y dependerá del recurso hídrico.

Y Villalobos lanzó el cuestionamiento: “Desafortunadamente medimos nuestra capacidad productiva en función de toneladas por hectárea o índice de agostadero. Sin embargo, tenemos que reconocer que los costos para la producción (alimentaria), desde el punto de vista del uso del recurso hídrico son muy altos”.

 

Y los ejemplos cayeron como plomo: “para producir una hamburguesa se necesitan 2 mil 400 litros. Para producir un litro de leche se necesitan mil litros de agua. Para producir un par de huevos se necesitan 400 litros. Para producir un vaso de jugo de naranja son 170 litros. Para producir una manzana se necesitan 70 litros de agua”.

Además, de acuerdo con la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), para producir una rebanada de pan se requieren 40 litros de agua; para elaborar una playera de algodón, son necesarios 4 mil 100 litros; un vaso de cerveza de 250 mililitros, requiere de 75 litros de agua; una copa de vino, de 125 ml, necesita 120 litros; una tortilla, de 25 gr, requiere 50 litros; una taza de café, de 125 ml, demanda 140 litros; un par de zapatos (de cuero), necesita de 8 mil litros; y un microchip, de 2 g, requiere de 32 litros del vital líquido.

Y la lista la podemos seguir extendiendo para dimensionar la importancia del recurso hídrico. Recordemos que en el país el 77% del agua se emplea en la agricultura; el 14% para el abasto público; 5% se utiliza en las termoeléctricas y el 4% en la industria.

El tema del agua está indisolublemente ligado a la protección y conservación de los recursos naturales. Nuestra huella hídrica es de muy alto impacto y, ante los extremos climáticos, los fenómenos catastróficos serán más constantes.

La huella hídrica debe estar marcada en las políticas de Estado para garantizar una agricultura sustentable con planes integrales de innovación, tecnología, recursos y capital humano calificado.

La visión arcaica de los sexenios ya no vale, urge proyectar a 50 años.