Miriam Castillo

En México tuvimos esta semana una noticia buena y una mala. La buena, sin escatimar, es que el número de personas que se encuentran en situación de pobreza disminuyó.

Según las cifras del Inegi en México pasamos de tener 51.9 millones de personas en situación de pobreza en 2018 a 38.5 millones de personas en 2024.

Sin duda es un logro que haríamos mal en minimizar, la intención del Estado y la sociedad civil en general es evitar que los índices de pobreza en un país aumenten. Sin embargo, también haríamos mal en quedarnos solamente en la fanfarria.

El que los índices de pobreza disminuyeran es una muy buena noticia, pero apenas es un punto para analizar las políticas que sí funcionan y han contribuido a modificar los números.

La manera en la que el gobierno federal asuma un triunfo va a determinar si la victoria se prolonga o solo termina por distraer de la intención de llegar a la meta.

Porque la mala noticia es que muchas de las carencias que dependen de políticas públicas, como el caso de la salud o la educación siguen ahí y en ocasiones incluso crecieron.

Por ejemplo: los indicadores para el acceso a los servicios de salud reportaron que 44.5 millones de personas tienen una carencia en el acceso a los servicios de salud.

En la columna pasada hablábamos sobre cómo los mexicanos han tenido que invertir más de su ingreso para atender los temas de salud y con mucha regularidad quienes más deben invertir son las personas que se encuentran en peores condiciones económicas y el impacto que tiene el gasto suele ser mucho peor.

Por lo que la noticia de que las carencias de acceso a los servicios de salud siguen ahí a pesar de que las personas son menos pobres, es parte de lo que deberíamos empezar a revisar y atacar.

Otro de los datos que destacan, según análisis hechos por expertos que realizan desde hace tiempo el fenómeno es que el efecto de los programas de transferencia sobre los resultados de la pobreza son muy bajos.

Ha sido un señalamiento constante, los programas de transferencias no han tenido nunca un efecto directo en la situación de las personas. Si acaso en la percepción de su situación, pero no tanto más.

Me explico: las personas que reciben las transferencias pueden tener la percepción de que su situación económica ha cambiado en cierta medida, pero siguen teniendo los mismos rezagos, porque el dinero extra no ataca el centro del problema.

Para notarlo podemos saber que a pesar de que el presupuesto pasó de 150 mil millones de pesos en apoyos en 2018 a 700 mil millones en 2024 los impactos de éstos según las últimas cifras del Inegi solo hicieron una diferencia de 0.2 puntos porcentuales en la pobreza extrema.

La inversión es altísima y el efecto es casi nulo, por lo que la duda genuina es, ¿qué haremos con los resultados de la buena noticia?

Si bien nadie quiere empañar el triunfo, es indispensable que las cifras sirvan para redirigir las políticas, para que lo que se hace bien prevalezca y en lo que se necesita un ajuste, éste se haga sin perder demasiado tiempo.

 

    @Micmoya

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *