En los últimos días escuchamos un par de noticias que tienen que ver con jóvenes. Una, de violencia, donde un estudiante fue asesinado al interior de un colegio de Ciencias y Humanidades.
La otra, una jovencita de 14 años, murió a consecuencia de una cirugía de aumento de busto mal practicada que, según las investigaciones hasta ahora, tuvo la autorización de su mamá pero no de su papá.
Las noticias hablan de jóvenes y eventos específicos, pero quiero detenerme en para hablar del contexto general de lo que nos cuentan estas tragedias.
Hablamos de un entorno donde los jóvenes viven violencia, tratan de competir en estereotipos estéticos complicados de cumplir, viven aislados pero al mismo tiempo con la posibilidad de integrarse a grupos y comunidades sin regulación que en ocasiones tienen prácticas predatorias.
Según datos de organizaciones no gubernamentales, tener menos de 21 años incrementa en 50 por ciento la probabilidad de que una persona sea víctima de un hecho de violencia.
En entrevista con Juan Martín Pérez, coordinador de Tejiendo Redes Infancia lo que resalta del problema es que hablamos de los jóvenes sin los jóvenes.
Ubicamos sus problemáticas pero tratamos de resolverlas sin consultarlos, sin hablar su lenguaje ni entender sus prioridades del todo.
Pérez García habla acerca de una punta de un iceberg cuando hablamos de la problemática. Tenemos hechos violentos en un país violento que invariablemente envuelve a los jóvenes.
Pero el problema más amplio es que no hemos podido frenarlo, no hemos acompañado a los chicos en esta dinámica social más sola y menos comunitaria. No hemos podido dejar de poner la violencia como algo sensacionalista. Tenemos jóvenes solos y en duelo con ejemplos que vienen desde casa y desde fuera que no hacen más pacífica la dinámica.
Los adultos determinamos que hay problemas con los chicos sin escucharlos en particular, sin hablar su lenguaje y ofreciendo soluciones desde la perspectiva adulta.
Estamos haciendo que una brecha se haga cada vez más grande y en algún momento no vamos a tener posibilidad de entablar un diálogo y ofrecer opciones, escucha y una guía.
Los datos y el diagnóstico no son nuevos, muchas organizaciones advirtieron de la posibilidad de esta crisis desde hace 15 años. Advirtieron que la estrategia para abatir al crimen dejaba de lado a los jóvenes, sus espacios y su posibilidad de desarrollo. La política pública siguió su camino sin mayores modificaciones y muchos de los episodios que involucran a los jóvenes tienen un largo contexto detrás.
Y aquí la duda genuina ¿qué tanto podemos dejar de ver el problema en conjunto? ¿Cuánto tiempo podemos resolver solamente la punta del iceberg sin atender el todo y ofrecer a los niños y jóvenes espacios seguros, de escucha y una política pública que pueda arroparlos?
Los retos están presentes y la comunidad y las autoridades tienen la responsabilidad de atender estos episodios con la mayor velocidad posible antes de que la crisis se agudice.