En México hay un número no menor de desastres naturales cada año. Según las declaraciones de emergencia de la última década han sucedido entre 10 y 22 desastres por lluvias, sismos, o actividad volcánica cada año.
No todos tienen saldos catastróficos, depende de la intensidad del fenómeno, pero sobre todo, depende de la preparación de las autoridades y la respuesta de la población que confía en ella.
La mayoría de los desastres que dejan saldos fatales tienen que ver con tormentas. Según un estudio hecho por el Instituto de Investigaciones geográficas de la UNAM en 2019, desde 1900 que fue cuando se iniciaron los registros de desastres hasta 2018, hubo 231.
De esos, 45.5 por ciento fueron detonados por tormentas, 35 por ciento por sismos y solo 4.3 por ciento por actividad volcánica.
Según el informe de riesgos mundiales elaborado por la Universidad alemana de Ruhr Bochum, desde el Instituto del Derecho Internacional de la Paz y los conflictos armados, México es el país de América Latina que tiene mayor riesgo de sufrir catástrofes naturales.
Sin embargo, cada temporada de huracanes nos encontramos con los mismos encabezados de las noticias. Con comunidades bajo el agua, con reclamos de las poblaciones porque los avisos fueron insuficientes y porque de nuevo hay quienes lo pierden todo, y deben levantarse con la sensación de que lo lograrán apenas para que la siguiente temporada arrase otra vez.
El problema es que a pesar de todas las alertas, de los estudios, de los números que nos hablan de que somos un país pasado por agua, sacudido por terremotos, no nos tomamos en serio el cargo del coordinador de protección civil en los gobiernos.
Si corremos con suerte, algunos de los cariños de los gobernantes tienen algunas nociones elementales o adoptan de corazón el papel y se van capacitando. Se incorporan a escuelas, toman cursos y se rodean de personas que a base de estudios, tragedias y experiencia tienen un manejo sensato de las catástrofes.
Pero en muchos casos tenemos antropólogos, abogados que todavía no concluyen sus estudios o bien, tienen abiertas investigaciones por desvío de recursos. La preparación académica de los funcionarios públicos suena mucho menos seria de lo que debería. Porque de los encargados de protección civil dependen vidas de poblaciones enteras y además miles de millones de pesos en infraestructura dañada.
En esta temporada de lluvias tuvimos un saldo muy alto de personas muertas porque la tormenta nos tomó por sorpresa. A pesar de la capacidad del Servicio Meteorológico Nacional para alertar con mayor precisión de las lluvias y los fenómenos que tienen que ver con el agua, la sorpresa es la única constante que tenemos.
Y por eso, aquí la duda genuina, ¿cuántos desastres futuros necesitamos para tomarnos en serio el perfil que hay en ese puesto?
Tener personas sin capacitación en Protección Civil al frente de esas dependencias es casi como tener un ingeniero en sistemas al frente de un quirófano.
@Micmoya